La agricultura en México enfrenta un momento crítico. Durante décadas, la productividad ha sido la meta principal de las políticas agrícolas, buscando incrementar los rendimientos a toda costa. Sin embargo, este enfoque ha generado consecuencias ambientales devastadoras: degradación del suelo, pérdida de biodiversidad, contaminación de cuerpos de agua y una dependencia excesiva de insumos químicos. En este contexto, es urgente cambiar la narrativa y priorizar la sostenibilidad como eje central del desarrollo agrícola en el país. Si México no toma medidas inmediatas, no solo su biodiversidad estará en peligro, sino también la seguridad alimentaria de las futuras generaciones.
El costo ambiental de la productividad agrícola
En la búsqueda de mayores rendimientos, México ha adoptado prácticas agrícolas intensivas que priorizan la eficiencia sobre la salud del medio ambiente. El uso excesivo de agroquímicos y fertilizantes sintéticos ha provocado la contaminación de suelos y aguas, afectando tanto a los ecosistemas como a la salud humana. Según la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT), más del 50% de los suelos agrícolas del país presentan algún grado de degradación.
Además, la pérdida de biodiversidad es alarmante. Las monoculturas, que priorizan la productividad de un solo cultivo, han desplazado sistemas agrícolas tradicionales como la milpa, que integran diversos cultivos y benefician tanto a los agricultores como a los ecosistemas.
El dilema de la seguridad alimentaria
Es innegable que la productividad es importante para garantizar el acceso a los alimentos, especialmente en un país donde el 43% de la población vive en situación de pobreza. Sin embargo, priorizar la sostenibilidad no significa sacrificar la seguridad alimentaria, sino encontrar un equilibrio entre ambas metas.
La agricultura sostenible, que incluye prácticas como la agroecología, la rotación de cultivos y el manejo integrado de plagas, puede mantener altos niveles de producción mientras se protege el medio ambiente. De hecho, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) ha señalado que los sistemas agrícolas diversificados y sostenibles son más resilientes a fenómenos como el cambio climático, que ya está afectando a los cultivos en México.
La sostenibilidad como inversión a largo plazo
El argumento en contra de la sostenibilidad suele girar en torno a los costos iniciales de implementar prácticas agrícolas respetuosas con el medio ambiente. Es cierto que cambiar de un modelo intensivo a uno sostenible requiere inversión en capacitación, infraestructura y tecnologías. Sin embargo, los beneficios a largo plazo superan con creces estos costos iniciales.
Por ejemplo, los suelos saludables, producto de prácticas sostenibles, no solo aumentan la productividad a largo plazo, sino que también reducen la necesidad de fertilizantes químicos, generando ahorros significativos para los agricultores. Además, la diversificación de cultivos protege a los agricultores contra pérdidas económicas derivadas de plagas o fenómenos climáticos extremos.
La oportunidad de liderazgo global
México, como uno de los países más megadiversos del mundo, tiene una responsabilidad especial en la conservación de su riqueza natural. Al adoptar la sostenibilidad como prioridad en su sector agrícola, el país puede posicionarse como líder global en la producción de alimentos de manera responsable y respetuosa con el medio ambiente.
Países como Costa Rica han demostrado que es posible combinar la productividad agrícola con la conservación ambiental, logrando un equilibrio que beneficia tanto a las comunidades rurales como a los ecosistemas. México tiene el potencial de seguir ese camino, pero requiere un cambio de enfoque urgente en sus políticas agrícolas.
Retos para la transición hacia la sostenibilidad
A pesar de sus beneficios, la transición hacia la sostenibilidad enfrenta varios retos en México, entre ellos:
- Falta de apoyo gubernamental: Las políticas públicas aún favorecen los modelos agrícolas intensivos, dejando a los agricultores sostenibles sin incentivos ni subsidios.
- Acceso limitado a tecnología: Muchos pequeños agricultores carecen de los recursos necesarios para implementar prácticas sostenibles.
- Desconocimiento: La falta de capacitación y educación en técnicas sostenibles dificulta su adopción en el campo.
- Presión del mercado: Los mercados suelen favorecer los productos más baratos, que a menudo provienen de sistemas intensivos, lo que desincentiva a los productores sostenibles.
Superar estos desafíos requerirá un esfuerzo conjunto de gobiernos, organizaciones civiles, empresas y consumidores.
El papel de los consumidores
La transición hacia una agricultura sostenible también depende de los consumidores. Elegir productos orgánicos, locales y de comercio justo envía un mensaje claro al mercado sobre la importancia de la sostenibilidad. Además, los consumidores tienen el poder de presionar a las empresas para que adopten prácticas más responsables a lo largo de toda la cadena de suministro.
Pequeñas acciones, como informarse sobre el origen de los alimentos o reducir el desperdicio de comida, pueden tener un impacto significativo en el sistema agrícola a largo plazo.
Conclusión
La agricultura mexicana está en una encrucijada: continuar por el camino de la productividad intensiva, con sus costos ambientales y sociales, o priorizar la sostenibilidad como base para un futuro más justo y equilibrado. Aunque el cambio no será fácil, es necesario para garantizar la seguridad alimentaria, la conservación de la biodiversidad y el bienestar de las comunidades rurales.
Es momento de que México tome la delantera en la adopción de prácticas agrícolas sostenibles, demostrando que es posible producir alimentos sin comprometer el medio ambiente ni el futuro de las generaciones venideras. La sostenibilidad no es solo una opción, es una necesidad.